En un anuncio de Pastas Gallo de los años ochenta, la actriz italiana Sophia Loren prometía que «la buena pasta nunca cansa». Tres décadas después, irónicamente, quienes se han cansado de la compañía son sus propietarios. Los cinco hijos de la familia Espona que mantienen el control de Pastas Gallo han puesto a la venta la empresa, líder del sector de la pasta seca en España y revolucionaria en sus inicios, pero que en los últimos años ha visto estancada su facturación.

La consultora Ernst & Young (EY) está gestionando el cuaderno de venta y el sondeo de posibles compradores durará «varias semanas», según fuentes financieras. «No tenemos ningún comentario que hacer», dice una portavoz de Pastas Gallo preguntada por el proceso. EY también rechaza hacer declaraciones.

Todo apunta a que el catalizador de la venta ha sido que ahora hay consenso entre los hermanos para dar ese paso después de que en los últimos años varios de ellos ya lo defendieran. «Las empresas familiares se tienen que empezar a preparar para dejar de ser familiares cuando falta la convivencia familiar entre los socios. Debido a que los resultados no son buenos, hay divergencias», opina Jaume Llopis, profesor de la escuela de negocios IESE y exdirectivo de grupos alimentarios como Nestlé, Borges o Agrolimen.

Cuenta de resultados

En 2017 Pastas Gallo tuvo un volumen de negocio de 107,6 millones de euros y un beneficio bruto de explotación (ebitda) de 18,6 millones, un 1,8% y un 39% más respectivamente que el año anterior, según sus últimas cuentas depositadas en el registro mercantil. El endeudamiento se situó en los 32 millones, un 19% menos. La firma opera en más de 40 países y tiene 420 empleados repartidos entre sus oficinas de Barcelona, sus dos fábricas en Cataluña y otra en Andalucía, según datos internos. Es a esa última planta, en El Carpio (Córdoba), donde la compañía trasladó su sede social en octubre de 2017 en plena fuga de empresas de Cataluña ante la incertidumbre por el proceso independentista.

Llopis sostiene que la venta de Pastas Gallo debería derivar en una mayor expansión. «Es una compañía que no ha crecido de acuerdo con el sector de la alimentación y, en concreto, el de las pastas», dice. El experto identifica una serie de males: «poca profesionalización», ventas estancadas, sobredimensionamiento de plantilla y bajos beneficios o incluso pérdidas en los últimos años. También destaca el escaso nivel de exportación, que es lo que ha catapultado al sector alimentario español, que supone el 3% del PIB, con una cifra de negocio de 98.300 millones de euros en 2017, y un 20% del empleo industrial.

Algunos de los principales competidores de Gallo son Ebro Foods, Oromas, Rana y Buitoni, esta última propiedad del gigante suizo Nestlé. En los últimos años, Gallo ha reforzado su apuesta por la pasta fresca y otros segmentos, como fideos asiáticos o pasta sin gluten. Pero, según el profesor de IESE, el hecho de que también haya producido marca blanca (que representa un 40% del sector alimentario) para Mercadona o El Corte Inglés ha limitado sus ingresos.

Con solo 20 años, José Espona fundó en 1946 el embrión de Pastas Gallo al adquirir una fábrica de harinas en Rubí (Barcelona). Inspirado por el modelo italiano, Espona apostó por un cambio revolucionario: los fabricantes de pastas españoles solo utilizaban trigo blando y él alentó el cultivo de trigo duro. La estrategia le dio frutos: Gallo creció, construyó nuevas fábricas, adquirió a rivales (como La Góndola, Saula o El Águila) y se hizo un hueco en el mercado.

La empresa familiar la gestionan ahora cinco hermanos Espona, que controlan un 20% del capital cada uno. El mayor de la familia, que se encargó del negocio tras la muerte del fundador en 1997, se deshizo de sus acciones en 2012 en beneficio de sus otros hermanos.

Un fondo de inversión u otra compañía alimentaria se perfilan como los más interesados en adquirir Pastas Gallo. En círculos financieros se ha especulado con una posible valoración de 200 millones de euros, al multiplicar aproximadamente por 10 el ebitda. Para el profesor Llopis, es una cifra exagerada pese a que destaca la reputación de la marca y su cuota de mercado.

Ebro Foods, primera empresa alimentaria española, ha revelado que estudia presentar una oferta. «A nosotros nos encajaría si el precio fuese adecuado y la compañía ofreciera unas buenas perspectivas de crecimiento», dijo su presidente, Antonio Hernández, en una entrevista a Negocios publicada el pasado domingo.

Alicia Buil, secretaria del sector de alimentación de UGT en Cataluña, se reunió hace dos semanas con el director general de Pastas Gallo, Pedro Antonio Espona, quien «ni confirmó ni desmintió» el proceso de venta y prometió mantener informados a los sindicatos. «Estamos en alerta», avisa Buil. La dirigente asegura que un cambio de propiedad no preocupa a los sindicatos, sino más bien la gestión empresarial, en el sentido de que se mantengan los puestos de trabajo en las dos plantas de Cataluña, que, subraya, son «rentables». Gallo despidió en 2013 a 11 empleados de su fábrica en Granollers.

Precedentes

En caso de acabar materializándose, Pastas Gallo se uniría al reguero de ventas de empresas familiares catalanas. En el sector de la alimentación y la bebida ha habido cambios sonados. El año pasado, el fondo estadounidense Carlyle se hizo con el 68% de la compañía de cava Codorníu en una operación valorada en algo más de 200 millones de euros, mientras el conglomerado alemán Henkell adquirió el 50% de Freixenet, el líder del sector en España, por unos 220 millones. En los últimos años también han cambiado de manos Cirsa, Pronovias o Miquel Alimentació.

Alberto Gimeno, profesor de empresa familiar en ESADE, destaca la importancia de quién controla el capital de la empresa vendida. Considera la compra por parte de otra multinacional o grupo familiar la opción más idónea: «Es mucho mejor para el desarrollo de la compañía que la propiedad esté en manos de personas que tienen una mentalidad industrial y que el objetivo sea el desarrollo». En cambio, según el experto, un fondo de inversión puede entender la empresa como una «generadora de caja y además a corto plazo» y con la mirada puesta en cómo acabará desprendiéndose de ella.

Fuente: El País