En 2014, el multimillonario CEO de Tesla Elon Musk señaló que la raza humana está mucho más cerca de un levantamiento de robots parecido a la ciencia ficción de lo que la mayoría de la gente cree: «El riesgo de que algo muy peligroso ocurra es en el plazo de cinco años. Diez años como máximo». Muchos estarán de acuerdo conmigo en que vamos tarde para el primer plazo. Me atrevo a apostar –sin miedo a equivocarme- que también para el segundo.

Desde tiempos inmemoriales, el ser humano se ha esforzado por visualizar y predecir el futuro, y las inteligencias superiores han sido siempre actores protagonistas en estos escenarios. Las técnicas de Inteligencia Artificial, nacidas en los 60 e idolatradas en los 80, perdieron fuelle en las siguientes dos décadas y viven ahora su máximo esplendor. La Inteligencia Artificial (IA) es el nuevo must have en los negocios. Y no nos equivoquemos, no se trata de una moda: la IA ha venido para quedarse.

De manera casi invisible, está presente en nuestras vidas: algoritmos de recomendación de productos en webs que parecen adivinar nuestras preferencias, asistentes virtuales cada vez más humanizados o asignación de créditos bancarios con criterios personalizados -y no necesariamente menos justos que los humanos-. Sin embargo, pese a su potencial ilimitado, con la excepción de los grandes gigantes digitales (Amazon, Facebook, Google, Tesla), la aplicación de IA sigue siendo minoritaria y restringida a ciertos casos de uso. Por un lado, las técnicas más avanzadas (como deep learning) siguen estando lejos de replicar mecanismos como la intuición humana; por otro, pese a que se está avanzando mucho en la simplificación del uso de la tecnología, se requieren científicos de datos e ingenieros de redes neuronales para explotar y diseñar algoritmos, recursos a día de hoy muy escasos. De ahí que la mayor parte de las empresas tengan una madurez embrionaria en el uso de estas tecnologías, restringiéndose a ensayos en entornos acotados.

En España, empresas como Openbank, BBVA o Telefónica están invirtiendo en crear plataformas abiertas que permiten explotar múltiples fuentes de datos -no solo las propias, sino también las de terceros- y son capaces de ejecutar algoritmos de IA a escala. Esta apertura de los datos a terceros, en parte obligatoria para las entidades financieras para cumplir con la normativa PSD2 (Directiva de Servicios de Pago), alimenta a su vez la esperanza de otras empresas para enriquecer y monetizar sus datos. Llegamos así a las caras B de la IA: el mercadeo de datos, los límites en la privacidad de la información, el dominio de la máquina frente al hombre y el impacto de la automatización en el empleo. Y de ahí a las preguntas estrella del debate: ¿Es este el tsunami definitivo? ¿Lo tenemos realmente encima? ¿Estamos preparados?

La Inteligencia Artificial es el nuevo must have en los negocios. Y no nos equivoquemos, no se trata de una moda: ha venido para quedarse.

Ocupada con esta cuestión, decidí entrevistar a mis compañeros de GMP (General Management Program) en Harvard: una muestra de 60 directivos (CEOs, directores financieros, directores de operaciones…) de entre 35-45 años de más de 30 nacionalidades, que trabajan en su mayor parte en empresas multinacionales. Los resultados son reveladores: la IA no está presente a día de hoy en casi el 60% de las empresas representadas. Sin embargo, casi nadie vislumbra ya un futuro sin IA: un 38% afirma que hay interés creciente en aplicarla y un 28% de los entrevistados confirma estar aplicando IA en algunas áreas de su empresa.

Las capacidades de la IA se observan con optimismo: se da por hecho que las máquinas automatizarán las tareas más rutinarias y se espera que la IA resuelva en los próximos cinco años de forma creciente problemas complejos o relacionados con la creatividad.

Sin embargo, la incertidumbre en el impacto en la fuerza laboral no deja duda: en 10 años, casi un 72% de los entrevistados cree que sus trabajadores se verán afectados de forma positiva o negativa por la IA. Casi un 68% esperan de la IA una contribución positiva al incremento de la productividad y el 26% augura la pérdida de puestos de trabajo para algunos trabajadores en el corto y largo plazo.

Ante tal encrucijada, ¿cuál es el camino a seguir? ¿Deben las empresas seguir invirtiendo para desarrollar la IA por sus potenciales beneficios o debemos parar y regular el uso de IA para minimizar impactos no deseados? Algunas voces de alarma siguen sonando, pero la cuestión fundamental sigue sin resolverse: la realidad es que no hay un plan para abordar las grandes cuestiones que plantea la IA, y la mayor parte de las empresas y gobiernos tampoco perciben una necesidad imperiosa para diseñarlo. Las posibilidades de la mente humana se nos escapan, y por este mismo motivo no sabemos poner límites a la IA. Planificar lo incierto es (muy) complejo. Si a esto le sumamos que la amenaza, para la mayoría, no es tan inminente, el plan pasa a ser una segunda prioridad.

Quizás siga habiendo mucho en todo esto de pensamiento mágico. Después de todo, la supremacía del ser humano es hueso duro de roer, y no conviene subestimar su capacidad para oponerse al cambio.

Consulta los resultados completos de la encuesta a de 60 altos directivos de entre 35-45 años de más de 30 nacionalidades durante el GMP (General Management Program) en Harvard

Rebeca Marciel es socia responsable de Gartner Consulting para España y Portugal, cofundadora y miembro del consejo de opensalud.com; e ingeniera de Telecomunicación y Executive en General Management en Harvard Business School.

 

Fuente: El País