En qué se funda nuestro recelo ante la posibilidad que tienen los ceros y unos de crear mundos virtuales? En que son apariencias de lo que para nosotros es la realidad. Una ilusión sensorial. Así que el fenómeno lo asociamos a nuestra experiencia turbadora de la imagen en el espejo. Pero ese recelo se transforma en temor si pensamos en la posibilidad de que traspasemos el espejo y no podamos luego retornar. Y es cuando brota, para inquietarnos más, nuestra vivencia diaria del sueño: la virtualidad como ensoñación; es decir, que de una u otra manera estamos dentro de ese mundo virtual. Y el temor está en no poder despertar. En tal situación, hasta el sueño más placentero se convierte en pesadilla.

Esta agonía de no encontrar el camino de retorno a la realidad lo explota la serie Black Mirror en su historia USS Callister. Un ingeniero y ejecutivo acomplejado se hace con el ADN de los compañeros de trabajo a quienes por distintos motivos les guarda rencor; una operación muy asequible, pues vamos transfiriendo nuestras muestras imperceptibles por todo el entorno.

Y a partir de esas muestras hace una clonación digital, una traducción del código genético al digital, ristras de ceros y unos en vez de la hélice de las cuatro bases nitrogenadas. Con esta recreación consigue transferirlos a un escenario propio de un videojuego o de historietas de viajes interestelares, a una nave en el cosmos, donde él es el comandante y dominador, hasta la humillación, del grupo.

La agonía de no encontrar el camino de retorno a la realidad lo explota la serie Black Mirror en su historia USS Callister.

Hay en los tripulantes una diferencia sustancial. Solo el autor puede despertar y dejar el viaje onírico por el espacio virtual. Para él es como una inmersión en una realidad virtual. En la historia se recurre a un botón que se adhiere a la sien, en vez de unas gafas, guantes…, que alteren la percepción de los sentidos. Una forma sofisticada que expresa de manera más miniaturizada la mediación del artefacto tecnológico para la inmersión en la virtualidad. Un recurso minimalista, el del botón sobre la sien, repetido en varios títulos de la serie y también en otras historias, como Blade Runner.

En cambio, para el resto de la tripulación, la nave es una galera de la que no pueden escapar. Todos sus miembros condenados por esta clonación a vivir en un absurdo mundo virtual.

Pero el suplicio está es ser conscientes de que lo que viven es un sueño digital del que no pueden despertar. Para que eso se produzca, es necesario no solo la transferencia digital de sus cuerpos, sino de sus memorias. Hay, por tanto, que clonar el mundo virtual que todos los humanos llevamos dentro: la memoria. La memoria es también especular. En ella nos reflejamos…, y nos reconocemos en la imagen del espejo. Nos vemos a nosotros mismos en el mundo; nos vemos, por ejemplo, de niños entre objetos que ya no tenemos y en una situación pasada, y, sin embargo, nos reconocemos en ese personaje. Una experiencia asombrosa, pues de este lado del espejo el mundo está ante nosotros, y, por tanto, no nos vemos en él como sucede cuando lo recordamos, ya que entonces nos descubrimos junto a las cosas del mundo. En USS Callister se da por conseguida sin más explicación esa transferencia, mucho más difícil que la clonación de los cuerpos.

Si nuestra imagen en el espejo se desvaneciera, y no apareciéramos del lado virtual, y solo contempláramos reflejado el mundo, pero no nosotros, nuestra identidad se desmoronaría como hecha de finos granos de arena. Habríamos perdido la conciencia de realidad. Sin virtualidad no hay la experiencia de realidad. Es una dualidad insuperable.

Así que esa virtualidad, de la que recelamos cuando es artificial —digital—, es la que hace sentirnos reales.

Si en la ficción de Black Mirror el creador de este mundo virtual hubiera transferido a sus compañeros sin la memoria de su existencia anterior, sufrirían en su nueva identidad el maltrato del comandante de la nave, pero no tendrían el horror de sentirse encerrados, de no poder volver a despertar. La tortura que les inflige es haber clonado también la memoria natural en memoria digital.

Atención, cuando nos pongamos unas gafas, unos guantes… para una inmersión de realidad virtual, a que unos algoritmos malignos hagan que cuando queramos salir de ella no acertemos a quitarnos las gafas, por mucho que lo intentemos.

Antonio Rodríguez de las Heras es catedrático Universidad Carlos III de Madrid y director del Instituto de Cultura y Tecnología de la Universidad Carlos III de Madrid.

 

La vida en digital es un escenario imaginado que sirva para la reflexión, no es una predicción. Por él se mueven los alefitas, seres protéticos, en conexión continua con el Aleph digital, pues la Red es una fenomenal contracción del espacio y del tiempo, como el Aleph borgiano, y no una malla.

Fuente: El País