Steffan Panoho tiene una espinita clavada en el corazón: no hablar el idioma maorí con fluidez. “En gran medida, eso se debe a que a mis antepasados les pegaban en la escuela si lo utilizaban”, se disculpa el responsable del departamento de Turismo de Auckland. “Después de que los europeos llegasen a nuestras costas, y como sucedió con muchos otros pueblos indígenas, los maoríes hemos sufrido los efectos más nocivos de la colonización. El peor es la pérdida de la identidad y de la cultura propias”, subraya el neozelandés.

No obstante, ahora Panoho aprecia un rayo de esperanza que cobra fuerza gracias a una industria muy denostada últimamente: el turismo. “Se aprecia un cambio en el modelo que ha imperado hasta ahora. Los viajeros ya no quieren que les lleven en grupo de un lado para otro. Quieren vivir experiencias y sumergirse en las culturas locales. Eso supone una gran oportunidad para recuperar nuestras tradiciones”, señala. Y buena muestra de ello fue la actuación folclórica de un grupo de maoríes en el marco del Foro de Líderes de Asia del Consejo Mundial de los Viajes y el Turismo (WTTC, por sus siglas en inglés), que se celebró en Shanghái el pasado día 14 y al que acudió EL PAÍS Retina. Jóvenes maoríes han visto en el turismo un buen incentivo para recuperar tradiciones que, de otra forma, habrían ido diluyéndose en la ola de la globalización.

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En esta coyuntura, Panoho afirma que hay un país que destaca de forma prominente sobre el resto: China. Los ciudadanos del país más poblado del mundo ya suponen el segundo mercado para el turismo de Nueva Zelanda, superados solo por los australianos. Y el potencial de crecimiento del turismo chino parece no tener fin, porque el sector crece más que la propia economía: concretamente, el año pasado se expandió un 7,3%, ocho décimas por encima del PIB. “Hemos entrado en la gran era del consumo chino, con una clase media de 300 millones de personas que en la próxima década alcanzará los 450 millones”, explica Wang Ping, presidenta de la Cámara de Turismo de China.

Su impacto se nota ya en todo el mundo, porque los chinos se han convertido en la nacionalidad que más turismo hace y en la que más gasta en sus viajes. El sector representa el 11% del PIB del país, y crea casi 80 millones de empleos. “Si se cumplen las previsiones, este año los chinos haremos 160 millones de viajes al extranjero y nada menos que 5.500 millones de viajes domésticos”, avanza Wang.

Eso no quiere decir que sea fácil atraer al turismo chino, porque, como sucede en el resto de ámbitos en la segunda potencia mundial, se caracteriza por la gran velocidad a la que muta. “No se puede pensar en China como un ente homogéneo en el que una estrategia vale para todo el país. Hay grandes diferencias regionales”, advierte Daniel Aylmer, responsable de Operaciones del grupo hotelero IHG en China. Y, aunque sean grandes megalópolis como Shanghái o Pekín las que más llaman la atención en el mundo, lo cierto es que las mayores oportunidades se encuentran en las localidades de tercer y cuarto nivel.

Venecia, inundada el día 17 de noviembre

“Cinco de las ciudades en las que más crece el turismo están en China. Y las dos primeras son Chongqing y Chengdu”, señala Gloria Guevara, consejera delegada de WTTC. “Para tener éxito hay que entender que la demanda varía mucho. Mientras que los chinos de las ciudades más desarrolladas buscan nuevos destinos y experiencias personalizadas en países que ya han visitado, los de localidades menos importantes todavía están visitando las atracciones más típicas en grupos organizados. Esa diversidad es lo que convierte a China en un mercado tan fascinante como complicado”, explica Eric Zhu, vicepresidente de la agencia de viajes online Tuniu.

Lo que une a todos ellos es su pasión por la tecnología, un elemento que, según Guevara, “va a ser clave para el éxito del turismo”. Los chinos viven en sus teléfonos móviles, y no son los únicos. Por eso, los expertos del Foro hacen hincapié en la necesidad de exprimir al máximo las posibilidades que sistemas basados en big data e inteligencia artificial abren en el sector.

Michael Merner, vicepresidente en Asia y el Pacífico de la agencia AVIAREPS, sostiene que, además de servir para personalizar productos y servicios, pueden ser clave para solucionar un problema que ahoga a muchas ciudades y al que también contribuye el auge de China: el exceso de turismo.

“En Kioto -donde acaban de prohibir que los visitantes fotografíen por la calle a geishas y maikos-, están impulsando con fuerza una aplicación llamada Comfortable Tourism (Turismo Confortable) que rastrea el GPS de sus usuarios y mide en tiempo real la congestión en las atracciones. Pero no se queda ahí, está diseñada para advertir a los turistas de que no acudan a las que ya no dan abasto y proponer alternativas. Porque nadie quiere ir a visitar un templo lleno de gente”, pone como ejemplo Merner.

Además, el sistema utiliza los datos acumulados en tres años y algoritmos que les dan sentido para hacer predicciones y permitir que las Autoridades tomen decisiones preventivas. Y parece que funciona: según datos oficiales, la mitad de quienes recibieron las alertas cambiaron sus planes y acudieron a lugares menos congestionados. “Las agencias de viaje también deberían advertir a sus clientes de cuándo no deberían viajar a un sitio. Por ejemplo, yo tuve la mala suerte de ir a ver los osos panda en Chengdu coincidiendo con el festival de Qingming y fue una experiencia horrible”, añadió Simon Williamson, jefe de Ventas de Value Retail China. “La responsabilidad es de todos”.

Claro que ninguna tecnología o restricción es capaz de evitar que hordas de gente visiten la Sagrada Familia -aunque no entren a la catedral- o acudan a Venecia. “El crecimiento es una noticia magnífica, pero hay que gestionarlo bien. Porque ya estamos viendo destinos que mueren de éxito. Australia, por ejemplo, acaba de prohibir la subida al monte Uluru para siempre”, recalca Merner.

Boracay en Filipinas y Maya Bay en Tailandia, dos de los lugares más visitados por turistas chinos, también han tenido que echar la persiana: la primera reabrió tras meses para hacerla más sostenible, y la segunda, popularizada por Leonardo di Caprio en La Playa, continuará cerrada al menos hasta 2021 para permitir que el ecosistema de la isla se recupere.

“La sostenibilidad no debe ser un reclamo publicitario sino un objetivo honesto. Deberíamos sustituir las métricas que reflejan el crecimiento económico por indicadores sobre la sostenibilidad social y medioambiental.

El turismo debe desarrollarse de la mano de las comunidades locales y preservando el entorno para que la población local se beneficie de los visitantes”, incide Qiu Wei, presidente del grupo especializado en turismo cultural Usunhome. La idea con la que están de acuerdo todos es sencilla de entender, pero difícil de poner en práctica: si los anfitriones no están a gusto con sus invitados, terminarán rebelándose contra ellos.

Fuente: El País