“El fracaso está sobrevalorado en el ecosistema startup. Fracasar es una mierda, y lo que puedas aprender (cosa de la que no todo el mundo es capaz) no compensa ni de lejos lo que pierdes. Por no hablar de las cicatrices que deja”. Con este tuit abría el emprendedor en serie Miguel Díez Ferreira un comentado y difundido hilo en Twitter el pasado mayo. “No digo con eso que haya que estigmatizar el fracaso: al contrario, hay que apoyar y ayudar al que le ha ido mal para que vuelva al ruedo. Pero fracasar es una mierda, y hay que decirlo alto y claro y dejarse de romanticismos estúpidos que no aportan nada”, aclaraba en otro tuit acto seguido.

Votos a favor, votos en contra y opiniones de todo tipo se manifestaron al respecto. En el mundo de emprendimiento, en el que fracasar es lo más común y lo raro es tener éxito, se pasa del estigma de la caída a su banalización. ¿Sé está realmente romantizando el fracaso? Se dice que en Estados Unidos se confía más en un emprendedor que ha fracasado tres veces que en aquel que no lo ha hecho. ¿Es entonces la búsqueda del fracaso un fin, e incluso algo que mola?

Díez Ferreira criticaba en su hilo que eso es lo que se transmite a menudo, y critica mensajes de tipo: “el fracaso es una oportunidad para emprender con inteligencia”. ¿Lo es realmente? Alberto Levy, otro emprendedor en serie, cree que sí. Levy dice haber fracasado muchas veces, desde meteduras de pata -con consecuencias- a pérdidas de cientos de miles de euros por confiar en quien no debía y bordear los límites de la ley. Con 11 años, creó su primera empresa (de servicios informáticos). Desde entonces, ha acumulado experiencias de todo tipo, y dice haber aprendido de todas.

“Fracasar genera resiliencia. Obviamente no es una razón para salir a celebrar pero es una oportunidad que nos da la vida para reflexionar y aprender”, asegura Levy. En su opinión, lo peor que le puede pasar a cualquiera no es un fracaso práctico sino uno teórico: no atreverse a seguir adelante por miedo a la caída. Como buen ingeniero, el emprendedor y artista ha tratado de parametrizar el fracaso, que desgrana en tipos por su tamaño (desde nanofracasos a megafracasos) y por su frecuencia.

Fracasa mucho pero fracasa rápido es una frase hecha en el mundillo emprendedor –y un consejo acertado, según opina Levy–. La expresión tiene que ver con varias claves en la creación y puesta en marcha de una empresa. Entre ellas la idea de agilidad en la prueba y error; de pivotar hacia un modelo, producto o servicio diferente -si es necesario- lo más rápido posible y de hacerlo a tiempo para evitar que las deudas en el camino acaben por hacer inviable la empresa.

Alberto Levy, emprendedor en serie.

D.E.P Sharing Academy

Por experiencia propia sabe bien la importancia de esto Jordi Llonch, que recientemente ha decidido cerrar su último emprendimiento: Sharing Academy. Se trata de una plataforma P2P de clases particulares entre universitarios.

Sharing Academy es la cuarta startup de Llonch. Las anteriores las había compaginado con su profesión a tiempo completo: piloto de aviones. Esta fue la excepción. Tras siete años trabajando para Austrian Airlines, decidió dejar su carrera para dedicar todo su Sharing Academy, un proyecto que nació como trabajo de fin de grado (estaba estudiando Multimedia en la Universidad Oberta de Cataluña). Aprendió también a programar y a diseñar y montó la empresa en 2014 con uno de sus compañeros.

Jotdi Llonch hablando

Los emprendedores pasaron por varias incubadoras, realizaron acuerdos con más de 50 universidades y recibieron financiación de inversores privados y del fondo de Barcelona Business Disruptive Innovation (B2DI), la filial de innovación de Agbar. “Durante todos estos años estuvimos experimentando con diferentes modelos de negocio y ninguno funcionaba”, cuenta Llonch. Cuando por fin lo descubrieron, en 2018, ya era tarde: “Nos ahogaban las deudas. Aunque éramos rentables, el volumen no era suficiente para pagar costes estructurales mensuales y tampoco conseguimos inversión para ello”, comenta el emprendedor.

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Con todo el dolor de su corazón, asumió que era hora de cerrar Sharing Academy. “No he sido capaz de crear una empresa sostenible”, reconoce Llonch, que siente como necesidad dar a conocer su historia de fracaso. “Últimamente se empieza a normalizar la cultura del fracaso en el ecosistema startup español, pero casi siempre desde el plano teórico. Son necesarios ejemplos reales de lo que ocurre en el 90% de los casos en que se emprende”, asegura. Cree que es importante contar las cosas no tan buenas “porque no todo es bonito y hay que hacer llegar el mensaje de que esto es más duro de lo que aparentan las noticias”.

Aprendizajes

“Creo que el error más grave que se suele cometer, y que nosotros cometimos, es empezar una empresa sin modelo de negocio. A no ser que tengas un inversor a fondo perdido, te acaban comiendo los gastos. No se trata solo de saber quién es tu cliente o clientes, sino de si están dispuestos a pagar por algo y cómo”, asegura Llonch.

Sharing Academy se encuentra en concurso de acreedores, pero aún con un halo de vida. “Hemos creado una comunidad y hay un grupo de usuarios que no quiere que esto muera y que se está autoorganizando para seguir usándola, por lo que me planteo ceder la plataforma para su autogestión”, afirma. ¿Volvería a emprender? “Sin duda, lo llevo en el ADN. Ahora al menos tengo este aprendizaje, y a la próxima, tanto si funciona como si fracaso, lo haré más rápido”.

Sobre el hilo abierto por Díez en Twitter, opina que el fracaso no está sobrevalorado. “Esto es España, no es EE.UU. Aquí la gente fuera del entorno del emprendimiento te apunta con el dedo, con ese “te lo dijimos”, cuando fallas. Está muy mal visto”, afirma. “Por otra parte, a veces pecamos de optimistas y pensamos que a nosotros nos irá mejor; compramos el éxito pero no el fracaso”, añade.

En el caso de Levy, tras varias experiencias con socios traicioneros, extorsiones, chantajes y mordidas varias en México; tras tener que cerrar su empresa y trabajar gratis casi un año para evitar adeudos, estuvo a punto de dejarlo todo y darse por vencido. «Lo lloré y pasé por un complejo proceso de duelo que ahora veo como una de las mejores oportunidades que he tenido”, afirma.

El artista y tecnólogo dice haber aprendido a reinventarse tras cada fracaso y no se arrepiente de haber tomado decisiones que le permiten tener la conciencia tranquila. Reconoce como defecto “ser demasiado confiado”, delegando decisiones de gestión y financieras a otros con más experiencia y malicia. Por eso ahora prefiere trabajar por libre. También ha cambiado de residencia. Hace cuatro años se mudó con su mujer e hijos a España, donde sigue y seguirá emprendiendo.

Terapia de grupo

Desde 2012, un grupo de emprendedores se reúne cada mes en eventos alrededor del mundo para compartir historias de fracaso profesional en las llamadas Fuckup nights. Historias de empresas que han cerrado o quebrado, alianzas que no funcionaron o productos que nadie recuerda. El movimiento nació en México y actualmente está presente en más de 300 ciudades en más de 86 países. Varias ciudades españolas -entre ellas Barcelona, Madrid o Granada- acogen también esta especie de ‘terapia de grupo’ que es más una red global de emprendedores. También hay otras iniciativas como El éxito del fracaso, que organiza periódicamente en el Campus de Google en Madrid la plataforma de emprendimiento Fangaloka con el propósito de facilitar un aprendizaje colectivo de los errores.

Fuente: El País