El grado de desarrollo de la industria de un país es un claro reflejo del desarrollo de su economía. En España se ha mejorado mucho en los últimos años, pero todavía queda mucho por hacer. Si analizamos las cifras, tenemos algunas que pueden invitar al optimismo, como el buen ritmo de crecimiento de la industria: en 2017, el índice de producción industrial se situó en el 3,9%, por encima del 3,2% que registró la economía española. Sin duda, es un buen dato. También lo es el aumento de las exportaciones, que el año pasado marcaron un récord histórico, al alcanzar un crecimiento del 8,9%. Destacaron sobre todo productos químicos (14% del total), manufacturas de consumo (9,7%), bienes de equipo (9,2%) y alimentación, bebidas y tabaco (6,3%).

Pero hay otros datos que nos muestran que todavía queda un largo camino por recorrer. En 2014, la Unión Europea lanzaba el plan Una política industrial integrada para la era de la globalización, con el objetivo de relanzar la industria en Europa como base del crecimiento del nuevo modelo económico. Y con un meta: que este sector representase el 20% del PIB en 2020.

España siguió a la UE con su Agenda para el Fortalecimiento del Sector Industrial en España. Una serie de medidas agrupadas en 10 bloques para conseguir un propósito similar. Desde el Ministerio de Industria afirman que ya se ha implantado el 80%. Sin embargo, todavía estamos muy lejos de lograr el objetivo de la UE: actualmente la industria supone el 16% del PIB. Es cierto que ha mejorado: un punto desde 2014, pero es bastante improbable que se alcance esa meta. Es necesario dar nuevos pasos.

Estamos viviendo un momento clave para la industria, en el que se nos plantean grandes desafíos, pero también enormes oportunidades. La era digital está cambiando el modo en que se hacen negocios, la forma de comprar y la de fabricar. Los consumidores se relacionan con las empresas de una manera diferente y cada vez exigen una mayor personalización de los productos. Las empresas están eliminando barreras e intermediarios a la hora de hacer negocios y la industria tiene que hacer frente a ambos retos y a la necesidad de reducir los costes de producción y logísticos, a la disminución de los plazos de salida al mercado, la transformación digital, la interconectividad y la necesidad de hacer evolucionar el papel del personal que trabaja en las plantas.

Para poder lograrlo es necesario abordar cambios importantes y casi todos giran en torno a un nuevo paradigma: la industria 4.0. Hoy en día toda la industria tiene claro que debe iniciar el viaje hacia esa meta, pero existe cierta confusión en torno al cómo. Y es que se está limitando la industria 4.0 a la digitalización, tomando la parte por el todo y considerando que ambos conceptos son sinónimos. La aplicación de tecnologías para la digitalización es clave para llegar a la industria 4.0, pero antes hay que dar algunos pasos importantes. Hay que definir una estrategia de negocio y hay que optimizar los procesos industriales para, posteriormente, comenzar a aplicar las herramientas que nos permitan materializar esa estrategia. Los sensores, internet de las cosas, big data, realidad aumentada, realidad virtual, son los habilitadores que nos van a permitir llevar a buen puerto nuestros objetivos, pero siempre teniendo clara la estrategia y aplicando el sentido común. Es importante también redefinir el papel que juegan las personas en las fábricas. Hay que darles la formación necesaria para que sean capaces de acompañar a las empresas en esa evolución.

Si se siguen esos pasos: definición de la estrategia industrial, aplicación de tecnologías disruptivas y formación de las personas para reorientar su papel en este entorno de conocimiento, lograremos que las industrias españolas se conviertan en fábricas del futuro. Hay algunos sectores industriales que han avanzado bastante en ese camino, como son la automoción y la aeronáutica. Además, en ambos casos, España siempre se sitúa en las primeras posiciones del ranking mundial. Es el octavo país del mundo en producción de automóviles y ha cuadruplicado su participación en la industria aeronáutica mundial en los últimos 15 años. Ambos sectores han hecho un gran esfuerzo en innovación, en la optimización de procesos y en adaptar a sus plantillas a las nuevas necesidades que planteaba el negocio. Si se ha logrado en esos casos, ¿por qué no aplicar esa receta al resto?

Las ventajas son claras en cuanto a su impacto en el PIB, pero es que, además, la industria es el sector que genera empleo de mayor calidad y más estable. Por tanto, en el debate sobre cómo se puede mejorar la calidad del empleo y reducir la temporalidad, la industria debe jugar un papel importante.

En definitiva, España debe hacer un esfuerzo para aprovechar la oportunidad que nos brinda la industria 4.0 como paradigma sobre el que impulsar una nueva reindustrialización.

Ana Santiago es CEO de Sisteplant

Fuente: Cinco Días