Los líderes del G20 se reunirán en Osaka, Japón, este viernes y sábado. Parece que Donald Trump y Xi Jinping podrían aprovechar esta oportunidad para dar un nuevo impulso a las negociaciones sobre el conflicto comercial entre ambos países. Este conflicto se ha intensificado de nuevo desde mayo. En el frente comercial, ambos países han anunciado nuevos aranceles y la administración estadounidense prohibió de facto el suministro de equipos tecnológicos a la empresa china Huawei, dando así una nueva dimensión al conflicto. A largo plazo, este componente tecnológico del enfrentamiento podría tener consecuencias más significativas que el comercial. Esta escalada ha enfriado las relaciones entre los dos países hasta tal punto que poco a poco podemos hablar de una guerra económica fría.

EE UU actualmente impone aranceles del 25% sobre productos chinos por valor de 250.000 millones de dólares, mientras que China aplica aranceles a casi todas las importaciones de productos estadounidenses (entre el 5% y el 25% dependiendo del producto). Además, EE UU anunció que otros 300.000 millones de dólares de bienes chinos también estarían sujetos al arancel del 25% si no se avanzaba en las negociaciones. Según nuestra información, las cuestiones más difíciles de negociar son la apertura del mercado interior chino a los productos estadounidenses, la eliminación de los aranceles ya impuestos y la aplicación (y, por lo tanto, el control) del acuerdo, si se alcanza.

En China, el impacto económico directo del aumento de los aranceles no se considera en general dramático, incluso si todas las exportaciones a EE UU estuvieran sujetas a una tasa del 25% (se estima en un 0,5% del PIB, frente a un crecimiento del 6,4% en el primer trimestre). De hecho, los aranceles no suponen una interrupción de las exportaciones de productos chinos a EE UU, especialmente porque no existe un proveedor alternativo para una serie de productos. Las exportaciones chinas a EE UU representan el 3,2% del PIB chino.

Por otro lado, en EE UU, las exportaciones a China representan solo el 0,6% del PIB. Aunque es posible que las autoridades chinas puedan prohibir a las empresas estatales la compra de productos estadounidenses para los que existen alternativas, el impacto sobre el crecimiento en EE UU debería ser limitado.Pero Europa también está indirectamente implicada en este conflicto comercial, en particular en el caso de los vehículos de fabricantes europeos ensamblados en EE UU, exportados a China y sujetos a los impuestos chinos. El sector automovilístico alemán podría verse especialmente afectado.

El 15 de mayo, el Gobierno de EE UU prohibió a las empresas estadounidenses vender equipos tecnológicos a Huawei (segundo mayor productor de teléfonos inteligentes del mundo –después de Samsung–, con una cuota de mercado del 18% y líder mundial en infraestructura de redes de telecomunicaciones, con una cuota del 27%) a menos que tengan licencia de las autoridades. Los principales fabricantes de semiconductores como Intel, Xinlinx y Qualcomm, así como empresas de software como Microsoft y Google, anunciaron que suspendían total o parcialmente sus relaciones comerciales con Huawei. La entrada en vigor de la medida se ha aplazado hasta el 19 de agosto. Además, se ha prohibido a las empresas estadounidenses utilizar equipos de telecomunicaciones que puedan poner en peligro la seguridad nacional. En la práctica, los principales operadores de telecomunicaciones de EE UU no utilizan la infraestructura china. Al negar a China el acceso a la tecnología americana, las autoridades estadounidenses invocan el argumento de una posible amenaza a la seguridad nacional. En este punto, cabe señalar que EE UU parece contradecirse al afirmar que sería posible una posición más flexible sobre Huawei si China hiciera concesiones en las negociaciones comerciales. Por lo tanto, el argumento de la seguridad nacional dejaría de existir si se pudiera utilizar como moneda de cambio.

Por otro lado, al restringir la tecnología china en EE UU e impedir el uso de la estadounidense en China, el gobierno de Trump pretende aislar tecnológicamente al gigante asiático. China ya opera en su propio universo tecnológico al impedir que sus ciudadanos accedan a determinadas tecnologías extranjeras (Google, YouTube, Facebook, etc.) con el fin de garantizar el control de la información. Por lo tanto, el aislamiento tecnológico de China reforzaría esta separación y, en última instancia, habría dos entornos tecnológicos y los países con fuertes lazos económicos con China (países asiáticos y africanos) probablemente tendrían que elegir.

Si no se llega a un acuerdo en Osaka, China y EE UU gravarán casi todas las importaciones de sus respectivos productos. Aunque el impacto económico directo de estas medidas no sea dramático, el indirecto, alimentado por la creciente incertidumbre y la pérdida de confianza de las empresas y los hogares, es difícil de evaluar y se produce en un momento en que el crecimiento económico mundial ya se está ralentizando. Para hacer frente a esta situación, creemos que las autoridades chinas adoptarán nuevas medidas de estímulo. Entre ellas podrían incluirse una mayor reducción del coeficiente de reservas, obras de infraestructura o nuevas medidas fiscales orientadas al consumidor. Por el lado estadounidense, creemos que la Fed asumirá inicialmente el papel de estímulo, lo que podría llevarle a bajar los tipos de interés ya este año durante un ciclo rápido de relajación monetaria.

La cuestión es cómo evolucionará la guerra fría tecnológica. Si dura más tiempo, podría tener consecuencias más graves que una guerra arancelaria.

Todos estos elementos confirman nuestra opinión de que las estimaciones de beneficios empresariales para este año siguen siendo demasiado optimistas. Por último, a largo plazo, parece poco probable que los márgenes de beneficio de las empresas puedan mantenerse al nivel actual. En nuestra opinión, en caso de un conflicto comercial persistente y, a fortiori, un conflicto tecnológico, estos márgenes por encima de su media a largo plazo para la mayoría de las regiones –y especialmente para EE UU–, tendrán que reducirse.

Johan Gallopyn es ‘Investment desk analyst’del Bank Degroof Petercam

Fuente: El País