Unos se vanaglorian de que el Presupuesto es expansivo (tocaría, seguimos de campeones en paro): la prueba sería que el gasto total crecerá al 2,98%, algo más que el PIB de 2018, que crecería al 2,7%.

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Otros celebran que sea restrictivo, porque ese 2,98% (327.955 millones en gasto contra 318.444 presupuestados para 2017) lo erosionará una inflación cercana al 1,5%, y por tanto crecerá en términos reales menos de lo que aparenta. Pero si lo fuera a fondo reduciría más el déficit, del -2,2% al, quizá, -1,5%.

O sea, la imagen de las cifras llama a engaño como en las pinturas de Andrea Mantegna, que simulan arquitecturas 3-D, el trompe l’oeil, el trampantojo. Es restrictivo, pero menos. Heredero de la era de los recortes austeritarios, pero cum grano salis.

El trampantojo es doble. Hincha el pecho Cristóbal Montoro: “Son los presupuestos de los funcionarios, pensionistas y trabajadores con rentas medias y bajas”. Y le secunda, enfático, su segundo, Alberto Nadal: “Son los presupuestos más sociales de la historia”.

Va a ser que no. Es cierto que el gasto social crece en términos absolutos. Pero como aumenta mucho menos que el PIB, pierde peso en términos relativos. Así que el gasto va a situarse en mínimos desde la Gran Recesión —ya diez años—: al 40,5% del PIB, bastante menos que el 46% de la media europea.

Esa es la categoría general, nada prosocial, por más que la anécdota particular de mejora (sea bienvenida) en distintos colectivos menos bienestantes —pensionistas, funcionarios, policías— la disimule.

Este presupuesto, además de un doble trampantojo, se nos persona como de autoría anónima. No es que lleve el apellido Montoro, sino de otros. En gastos, el de los colectivos que más vocean su influencia real o potencial, pensionistas, funcionarios, el País Vasco.

En el capítulo de ingresos, factores del todo ajenos al protagonismo del Gobierno: el crecimiento mundial (del 3,9% en 2018, por el 3,6% en 2018); el de la eurozona (del 2,8%) a la que colocamos más de la mitad de nuestras exportaciones; el de los bajos tipos de interés del euro, que harán rebajar la factura anual de la deuda. Algunos han subrayado con acierto que el menor gasto en desempleo y en deuda basta para financiar el alza de las pensiones mínimas y los aumentos a los funcionarios.

Ojalá siga enhiesto el comercio mundial pese a Donald Trump, y controle Mario Draghi a los halcones que, como el alemán Jens Weidman, quieren subir ya los tipos del euro. De lo contrario, esto será la montaña rusa.

Hay riego por aspersión a colectivos desfavorecidos, pero ninguna reforma estructural asociada al presupuesto. Ni la fiscal: crece la recaudación al obrero y al consumidor, pero no a Sociedades, que sigue en los 24.000 millones, ¡frente al pico de los 44.823 de 2007!; crecen las desgravaciones gruyère; se estanca la lucha antifraude.

Ni la laboral, contra el abuso de los contratos temporales que dispare las cotizaciones sociales. Nada de políticas activas de empleo que nos eviten la vergüenza de devolver subvenciones de Bruselas. Nada de reformas, solo retoques para decir: seguimos para bingo.

Fuente: El País