Algunos grandes medios de comunicación estadounidenses han creado un turno especial en sus redacciones para informar de madrugada de los tuits de Trump, el medio de comunicación escogido por el 45 presidente de Estados Unidos para amenazar al «pequeño gordo» de Corea del Norte con la aniquilación nuclear, anunciar el «regalo de Navidad» de la reforma fiscal, o llamar «hijos de perra» a los jugadores de fútbol americano que se arrodillan, cuando suena el himno nacional al comienzo de los partidos de la NFL, para denunciar el racismo del presidente.

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En un lenguaje descalificador e insultante, manifiesta el desdén que siente por la Constitución, los inmigrantes, se ríe del FBI, o por los tratados suscritos por sus antecesores. Tiene 44 millones de seguidores en Twitter y más de 20 millones en Facebook. Actúa como un auténtico trol, simplificando y polarizando el debate político con mensajes intencionadamente provocativos, fuera de contexto y mendaces, para desacreditar a sus adversarios, normalmente con argumentos ad hominem. Pero no se ampara en el anonimato, da su nombre.

No es tan simple o extravagante como pudiera parecer. El presidente de Estados Unidos logra centrar la atención en sí mismo, desvía las miradas ciudadanas sobre las cuestiones importantes, y consigue que los estadounidenses y los ciudadanos de mundo miremos el dedo de Trump y no veamos la luna. Controla la agenda pública y continúa imperturbable el reality show de su presidencia consolidando su base dura de votantes. Convierte a la Casa Blanca en un espectáculo. ¿Qué efecto pueden tener ante este escenario los editoriales del New York Times, la cobertura de la CNN, o la equilibrada Radio Pública Nacional (NPR)?

El presidente declaró nada más llegar al poder la batalla contra la prensa, «el enemigo del pueblo americano», «creadora de fake news (noticias falsas), para degradar su influencia. El 46% de los estadounidenses cree que la prensa inventa noticias sobre Trump. Cuenta además con el blindaje que le suministra un ecosistema informativo de derecha extrema, encabezado en televisión por Fox News, que Trump consume todas las noches, y que ha desbancado a CNN, y actúa como animadora de su presidencia. Pero que también se amplía al digital Breitbart News, que dirige su antiguo Rasputín, Steve Bannon, o a Infowars, encargada de transmitir teorías conspiratorias.

No nos equivoquemos. Trump tiene un plan nacionalista de defensa a ultranza de la declinante mayoría blanca que se siente amenazada por los migrantes. Es la otra cara de la moneda del presidente afroamericano Obama, su contra icono. Su presidencia no es tan caótica y extravagante como parece. Está apantallada. El paro es negligible, los salarios de los trabajadores industriales suben por encima de la inflación: la deprimida clase media comienza a beneficiarse. Demoliciones Trump destruye la posición central de EE UU en el mundo, pero levanta al tiempo una política aislacionista, de protección comercial, sectaria frente a los migrantes, desreguladora de la Administración y en política medioambiental. El espectáculo es la pantalla que tapa la ruta de una presidencia que no es inconsecuente. fgbasterra@gmail.com

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Fuente: El País